Counseling en la Mediana Edad
Hacernos mayores no significa dejar de disfrutar la vida, al contrario. Sin embargo, muchas personas sienten que tropiezan al llegar a la Mediana Edad. También conocida como la “crisis de los 50 años“, es un período de malestar psicológico que algunas personas experimentan al acercarse o al cumplir los 50 años y que puede venir acompañada de la “menopausia” o la “andropausia”. Se caracteriza por una reflexión profunda sobre los logros y el propósito de la vida, a menudo acompañada de sentimientos de insatisfacción, ansiedad, depresión y cuestionamiento de la propia identidad, junto con posibles cambios conductuales e interpersonales.
La transición vital de la mediana edad suele presentarse como una especie de “auditoría existencial” no solicitada, en la que las personas se ven empujadas a realizar un balance minucioso de sus logros profesionales y personales, así como de aquellas metas que, por alguna razón, se quedaron en la carpeta de “pendientes” o “fracasos”.
Counseling
Este inventario, lejos de ser una tarea divertida, puede acompañarse de cambios emocionales poco agradables: sentimientos de descontento, insatisfacción, ansiedad, depresión, irritabilidad y una autoestima que, en ocasiones, parece haberse tomado unas largas vacaciones. A ello se suma un cuestionamiento existencial, en el que emerge la necesidad de redefinir el propósito de la vida y buscar un sentido más profundo… aunque, por desgracia, Google no ofrece aún respuestas concluyentes al respecto.
Estos procesos suelen expresarse mediante cambios conductuales, que van desde decisiones impulsivas (como comprarse una moto de gran cilindrada o empezar clases de salsa) hasta modificaciones de hábitos o un aumento en el consumo de sustancias, legales o no, según la creatividad del individuo. Finalmente, todo esto puede generar dificultades interpersonales, con tensiones en las relaciones personales y familiares, que se parecen bastante a una telenovela: intensas, a veces dramáticas, pero casi siempre inevitables.
Las causas de la transición vital en la mediana edad suelen entrelazarse en un cóctel tan complejo como inevitable. Por un lado, está la percepción de la edad, esa súbita conciencia de que la juventud ya no se encuentra en el espejo, sino en las fotografías antiguas o, peor aún, en los recuerdos de otros. Esta constatación puede despertar la incómoda sensación de que el valor personal disminuye al mismo ritmo que la elasticidad de la piel.
A ello se suma la realidad de la etapa vital, marcada por cambios físicos —como la pérdida de masa muscular y ósea— y hormonales, que pueden traducirse en menopausia en las mujeres o andropausia en los hombres. Dicho de otra manera: el cuerpo empieza a recordarnos, con cierto sarcasmo biológico, que la garantía tiene fecha de caducidad.
Finalmente, todo ello ocurre en un contexto de transición plagado de hitos significativos: el “síndrome del nido vacío”, cuando los hijos abandonan el hogar (y de repente la nevera dura más llena, pero la casa más vacía), o la preparación para la jubilación, ese momento en que uno se plantea si quiere dedicarse a cultivar un huerto, escribir unas memorias o, simplemente, perfeccionar el noble arte de la siesta.
¿Lo sabías?





